Migración

Vivir con miedo: cuatro jóvenes venezolanos sin papeles cuentan cómo resisten el acoso policial en Aruba

Al no tener documentos y ante la falta de una política migratoria eficiente, deben esconderse de las autoridades para evitar ser deportados a Venezuela, de donde huyeron por culpa de la pobreza y la violencia

Pablo Vargas (28 años) -identidad falsa por miedo a ser detenido por las autoridades- estudiaba segundo semestre de Publicidad y Mercadeo en Punto Fijo, estado Falcón. Preocupado por la comida de sus papás y por su futuro, huyó en 2017 de Venezuela a Aruba.

En la isla ha hecho de todo. Ayudante de cocina, mesonero, jardinero y hasta animador para enviarle a sus padres remesas que les permitan alimentarse en medio de la emergencia humanitaria compleja que azota a su país natal.

“El día que salí de Venezuela fue frustrante porque mis sueños no eran abandonar mis estudios, mi familia, mi entorno, y mucho menos por comida. Fue una despedida bastante triste”, recuerda Pablo, quien dice que permanentemente debe “esconderse” de la persecución del gobierno de Aruba contra la población latina indocumentada.

El joven observa que el crecimiento de la población venezolana agudizó la xenofobia y el maltrato laboral contra los indocumentados. “El gobierno no protege a los inmigrantes latinos. El éxodo venezolano empeoró su trato contra nosotros, hasta nos tienen obstruido el proceso de legalización y por eso no nos dan trabajo”, expone a Crónicas del Caribe.

Los migrantes venezolanos ya representan el 16% de la población total de Aruba, según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Se espera que la cifra siga en ascenso, aumentando la presión sobre las autoridades que deben atender a unos ciudadanos que hoy están al margen del sistema de salud y empleo formal.

A pesar de todas las dificultades, Pablo asegura que no volverá a Venezuela. Reconoce que sus ingresos económicos son bajos y las oportunidades laborales siguen siendo efímeras para él, pero prefiere seguir apostando por la regularización de sus documentos en la isla, aunque eso signifique vivir en la clandestinidad por miedo a las autoridades locales.

Abuso laboral

Edgar Boscan -identidad falsa por miedo a ser detenido en la isla- aterrizó en Aruba en 2019 con tan solo 24 años de edad. Creció en una familia que sostuvo relaciones comerciales con Curazao, vendiendo chocolates y pescado en el popular mercado flotante.

La inflación en Venezuela destruyó la dinámica económica de su familia y el cierre de fronteras empeoró sus posibilidades de sobrevivencia en Venezuela, obligándole a emigrar.

Toda nuestra vida se fue abajo, tuvimos que cambiar nuestro rumbo, mi mamá enviaba chocolates a Curazao y a través del intercambio comercial establecimos contacto con amigos en Aruba”, comenta Edgar.

Los migrantes ilegales evitan los controles de seguridad por miedo a ser deportados

En la actualidad, se desempeña como cocinero en un restaurante. Según su testimonio, los venezolanos son explotados laboralmente por falta de políticas migratorias. “Trabajamos desde las siete de la mañana hasta las tres de la mañana, no nos pagan las horas acordadas y en la isla los empresarios saben que no hay quien nos defienda y abusan de la situación”.

La inestabilidad que implica vivir en la isla de manera ilegal le ha generado ansiedad y tristeza, porque considera que el venezolano es tratado como un delincuente. “La policía ejerce mucho control en la isla, buscan a los trabajadores ilegales venezolanos en los establecimientos comerciales. Me siento en un estado de alerta permanente, me da ansiedad y tristeza, me desequilibra emocionalmente”, confiesa.

Desafíos y valentía

Andreina Iglesias (25 años) -identidad falsa por miedo a ser detenida en la isla- estudiaba Administración en Coro y la muerte de su papá la obligó a abandonar la carrera para asumir las cargas del hogar. Primero se desplazó a Colombia y en 2020 se trasladó a Aruba, con el propósito de trabajar para cubrir las necesidades de su familia

En la isla empezó a trabajar como mesera y bartender. Mientras aprendía a servir tragos y atendía a clientes de distintas nacionalidades, tenía que esconderse para no ser detenida por su estatus ilegal

Me siento desamparada, pero al mismo tiempo valiente y dispuesta a seguir enfrentando los desafíos. Estoy a la espera del trámite de mis documentos para evitar ser abusada verbalmente por la policía de Aruba y deportada al país del que huí, no puedo echar por la borda el esfuerzo que le he puesto a la vida acá”, asegura Andreina.

Describe sus primeros días en la isla como “una misión llena de barreras”, principalmente por no dominar el dialecto. Añade que las oportunidades de empleo se redujeron producto del confinamiento obligado y el toque de queda para evitar nuevos contagios por COVID-19.

Pero para Andreina la inestabilidad laboral no es el principal problema de los inmigrantes en la isla, sino la actuación de los efectivos policiales que no reciben con agrado a un ciudadano que no sepa hablar papiamento . “Es una cacería eterna, se nos va la vida huyendo como si fueras un asesino, si te descuidas, te agarran”, resume.

Volver a empezar

Jonathan Higuera conversa con Crónicas del Caribe desde Lima, Perú. Abogado de 27 años de edad, llegó a Aruba en marzo de 2019. Activista político de Coro y Punto Fijo, tomó la determinación de abandonar Venezuela por razones seguridad.

Pronto sus sueños se hicieron añicos. Una falsa denuncia que señaló su lugar de residencia como un centro de tráfico de drogas y armas, le costó su deportación a Venezuela. Con él se encontraban otras 49 personas que en una misma noche fueron detenidas y conducidas al recinto carcelario de Dakota, en Oranjestad. 

Irrumpieron en la madrugada con drones, perros guardianes, policías, patrullas y hasta helicópteros por esa denuncia totalmente falsa. Nos trasladaron a Dakota, al lado del aeropuerto, donde estábamos en estado de hacinamiento esperando el vuelo”, detalla la experiencia.

Destaca que un oficial insistió en retratar sus rostros porque alegaba que del grupo de 50 detenidos, la mitad volvería a la isla luego de que aterrizaran en Venezuela. “Es un ciclo, la gente es deportada por avión y regresan por mar, además, muchos de quienes están esperando su asilo político están siendo deportados porque salen a trabajar en el horario del toque de queda, lo que es un error si están en procesos migratorios”.

Jonathan no retornó a Aruba, pero tampoco aceptó quedarse en Venezuela. Pese al intento fallido, hizo sus maletas con destino al sur y ahora trata de rehacer su vida en tierras peruanas.

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