Venezolanos emprenden, se reinventan y apelan a la creatividad para vivir sin papeles en Curazao
Siendo ilegales recurren a trabajos de limpieza, construcción y gastronomía, pero también procuran tener un negocio propio
No existe una cifra oficial, pero se presume que 8 mil de los 17 mil venezolanos que viven en Curazao son indocumentados. Los que no tienen la suerte de contar con el reconocimiento legal como inmigrantes deben ser muy creativos para sobrevivir.
La organización Venex Curazao recibe el apoyo de Acnur y otras instituciones en el dictado de talleres a los indocumentados sobre alambrismo para piezas de joyería y masa flexible. Los cursos son ofrecidos principalmente a los venezolanos, pero también participan haitianos, jamaiquinos, colombianos y dominicanos, destaca Jennifer Sifontes, presidenta de la ONG.
Son herramientas para emprender. En la isla se ven pequeñas empresas que ofrecen arreglos con globos, desayunos sorpresas y delivery. “Los venezolanos tienen una capacidad impresionante para reinventarse”, expresa Sifontes.
Los migrantes indocumentados optan por trabajar en la construcción, limpieza y gastronomía. En esas áreas hay más libertad. Pero quien quiera ejercer su profesión o ingresar a una empresa deberá solicitar un permiso laboral -que hace poco solo se tramitaba antes de llegar a la isla-.
Recientemente, el gobierno abrió una ventana para que los extranjeros soliciten el permiso de trabajo luego de llegar a Curazao, pero la medida excluye a aquellos que llegaron en lanchas (medio de transporte que utilizan aquellos que huyen desesperadamente de Venezuela).
Sifontes junto a Ana Madero, también directiva de Venex, resaltaron en una entrevista a Crónicas del Caribe que el Servicio Público instó al Ministerio de Justicia a realizar un censo para determinar la cantidad de indocumentados en Curazao. Ambas comentaron que el registro que existe es “muy general” y, además, se pactó un compromiso de confidencialidad con la Organización Internacional para las Migraciones y la Cruz Roja Internacional con el fin de resguardar las identidades de esas personas.
“Si el gobierno curazoleño hubiera reconocido a los refugiados ahora estarían trabajando y pagando impuestos para el Estado”, manifiesta la presidenta de Venex. Y agrega que días antes de las elecciones del 19 de marzo, emitieron el decreto para registrar a los indocumentados dentro de la isla con la intención (fallida) de ganar votos.
Del happy hour a los llantos
Son hijos de balseros que no son reconocidos. Son familias enteras que deben esconderse de la policía para evitar la deportación. Ana Madero lamenta que solo exista la esperanza y no más. El anhelo está en el reconocimiento de los refugiados.
Curazao pasó a ser estado constituyente del Reino de los Países Bajos, y con su formación como país, no actualizó el tratado internacional que ampara a los refugiados en su territorio. Pero Sifontes dijo que el artículo 3 del Convenio Europeo de Derechos Humanos contempla el reconocimiento y esta antilla, siendo parte de La Haya, debe respetarlo.
Mientras se logra el anhelado reconocimiento, los niños “apátridas” y los enfermos crónicos son prioridad para recibir sus documentos de residentes. Sorteando distintos obstáculos, los menores pueden ingresar al sistema educativo, pero luego no reciben sus títulos por falta de documentos.
Los que necesitan asistencia médica son auxiliados principalmente por la ONG Salú pa Tur, Venex y otras organizaciones en respaldo psicosocial, pero necesitan una atención adecuada en hospitales que cuenten con todos los equipos para recibirlos.
Sifontes entiende muy bien el drama de los indocumentados, porque estando embarazada fue deportada junto con sus dos hijos en marzo de 2001. Con algunos meses pagando gestoría por sus documentos legales, terminó en los calabozos de la policía.
Su esposo se quedó en Curazao para resolver la situación y en 2002 pudo volver. “Yo llevo tatuada a Venezuela en el corazón. Pero amo profundamente a Curazao porque levanté a mi familia aquí. Mis hijos son más curazoleños que venezolanos”, expresa.
Para Ana Madero la situación fue muy diferente. Aterrizó hace 30 años en Willemstad casada con un curazoleño. “En ese tiempo nos ponían la alfombra roja”, dijo. La activista tiene tres hijos: uno vive en Venezuela, otro en Holanda y el tercero se mantiene con ella. Es la típica madre venezolana con el corazón dividido en varios países.
“Llegué a Venex porque nos unió Alfredo Limongi (junto al también directivo, Carlos Rivas). Con el objetivo de integrar a los venezolanos en Curazao, sobre todo por el papiamento. Antes hacíamos reuniones sociales en la playa Caracas Baai, pero en 2014 todo cambió. El happy hour se convirtió en encuentros para llorar”, declara.
700 florines
La actividad de Venex inició en 2012 y en la actualidad tienen un voluntariado de 30 integrantes donde destacan varios curazoleños. La fundación no tiene fines de lucro y en muchas circunstancias “tenemos que sacar dinero de nuestros bolsillos” para seguir adelante, confiesa Sifontes.
Resalta que Venex Curacao ha recibido un gran apoyo de parte del Consulado General de Estados Unidos. “Gracias a ellos podemos ayudar a niños de indocumentados a integrarse y a mejorar los idiomas”, apunta la portavoz de la ONG.
“En este momento de pandemia tenemos que agradecer el trabajo maravilloso de la Cruz Roja y la plataforma Curacao Help. Hicieron que familias de indocumentados recibieran tarjetas de alimentación con 700 florines (403 dólares) mensuales para alimentos y artículos de limpieza. Y también debemos aplaudir que están aplicando la vacuna contra el covid19”, añade Sifontes.
Además, los que llegaron en lanchas reciben cajas de comida. Igualmente, la organización católica Cáritas también aporta alimentos en bolsas.
Madero subraya que la gestión de Venex no se limita a la recepción y entrega de donaciones. También colaboran en la limpieza de playas, centros asistenciales y escuelas. “Hemos llegado a ser 100 voluntarios para esas tareas. Y es que no queremos ser una carga. Buscamos contribuir a la sociedad curazoleña”, enfatiza.
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