Migración

Una clínica lucha por dar salud y dignidad a los migrantes sin papeles en Curazao

La ONG Salú pa Tur brinda atención a miles de extranjeros en la isla, buscando no solo su binestar físico sino también su estabilidad emocional

En una antigua casona de paredes encaladas en el barrio de Cas Chikitu, en el este de Willemstad, funciona Salú pa Tur, que en papiamento significa “salud para todos”. Es mucho más que un consultorio: es un refugio para miles de migrantes sin papeles que viven en la isla y que, de no ser por esta clínica, quedarían sin atención médica. 

Uno de esos pacientes es Jessica, una colombiana de 31 años que llegó hace un año y medio desde Barranquilla junto a su esposo y sus dos hijas, siguiendo a su madre que vive en Curazao desde hace dos décadas. Vino en busca de un mejor futuro económico. Su esposo trabaja en una empresa de soldadura y ella limpia casas entre semana. Los fines de semana cocina en un hotel. 

Jessica intenta llevar una dieta saludable para controlar su diabetes: pan en el desayuno, arroz con pollo al mediodía, una manzana como merienda y poca comida en la cena. Aun así, sus niveles de azúcar en sangre siguen altos. El problema empezó nada más llegar: embarazada de su tercer hijo, acudió a una clínica privada con tarifas comerciales, pero allí su enfermedad no fue controlada correctamente. Su bebé nació sin vida, una tragedia que, según los médicos, pudo haberse evitado

Atender a los invisibles 

En Curazao se estima que viven unas 15.000 personas sin documentos, aunque agencias internacionales creen que la cifra real es mayor. Según ACNUR, la isla es, después de Líbano y Aruba, el lugar con más migrantes per cápita en el mundo. La mayoría proviene de Venezuela, huyendo de la crisis política y humanitaria, aunque también hay colombianos, dominicanos y haitianos. 

Al carecer de estatus legal, no tienen acceso a seguros de salud ni a servicios sociales. Muchos hombres trabajan como jornaleros en la construcción, y muchas mujeres como limpiadoras o en el sector de la hostelería. Otros, en condiciones más precarias, acaban en la prostitución, a veces de forma forzada. 

Fue precisamente para este sector invisible de la población que la doctora holandesa Elisa Janszen fundó Salú pa Tur en 2019, después de constatar que muchos migrantes eran detenidos y deportados sin acceso a atención médica. Hoy, la clínica cuenta con varios médicos, una matrona, enfermeras, un psicólogo y hasta una unidad móvil que recorre los barrios para llegar a quienes no pueden desplazarse. 

Enfermedades de la precariedad

La doctora Nathalja Knijnenburg explica que las patologías que más atienden son consecuencia directa de las duras condiciones de vida: “Vemos mucha diabetes sin controlar, hipertensión, pacientes renales y accidentes laborales como heridas profundas o esquirlas de metal en los ojos, especialmente entre hombres que trabajan en la construcción. En el caso de las mujeres, muchos de los problemas están relacionados con embarazos y partos de alto riesgo”. 

Pero Salú pa Tur va más allá de la medicina física. “Esta población vive con traumas, tensiones y miedo constante a ser detenida”, señala Knijnenburg. “También damos apoyo psicológico y social. A veces somos los únicos que se preocupan por ellos”. 

Un ejemplo es Jacqueline, una venezolana con una afección ocular llamada pterigion que requiere cirugía hospitalaria. Sin seguro médico, el costo sería inalcanzable, pero la clínica la ha puesto en contacto con un oftalmólogo dispuesto a ayudar. 

Un futuro en riesgo

El funcionamiento de Salú pa Tur depende en gran parte de donaciones. Hasta este año, su principal financiador era la Pan American Development Foundation (PADF), que aportaba el 35% de su presupuesto. Sin embargo, ese apoyo se cortó de golpe, poniendo en riesgo la continuidad del proyecto. 

El alivio llegó en julio, cuando el ministro de Finanzas, Javier Silvania, anunció en Facebook que el gobierno incluiría a la clínica en el presupuesto plurianual, garantizando 478.000 florines (unos 234.000 euros) anuales durante los próximos tres años. Aun así, la clínica afronta nuevos desafíos: ACNUR reducirá a la mitad su aporte a partir de 2026. 

El ministro Silvania lanzó un salvavidas financiero a la organización

Para Jules Pieters, presidente de la fundación que gestiona la clínica, esta ayuda del gobierno es vital. “Nosotros también le ahorramos dinero al Estado. Muchas personas que atendemos aquí no llegan a saturar el sistema de salud pública, que ya está sobrecargado”, asegura. 

Historias de vida y supervivencia 

Entre los más de 8.000 pacientes registrados, hay casos como el de Rusmelly, una venezolana de 29 años que dio a luz a su hija Aurora hace pocos días. Su placenta estaba en una posición complicada y perdió mucha sangre, por lo que fue sometida a una cesárea. Con la mediación de Salú pa Tur, pudo negociar un plan de pagos con el hospital. “Si no hubiera sido por ellos, no lo habría logrado”, afirma, mientras su bebé duerme tranquila en sus brazos. 

En Curazao, donde el Tribunal de Justicia acaba de declarar ilegal la detención automática de migrantes sin papeles —una práctica denunciada por Amnistía Internacional—, la labor de Salú pa Tur se ha convertido en un símbolo de resistencia humanitaria. Para quienes atienden y para quienes acuden, la clínica es algo más que un lugar para curarse: es la prueba de que, incluso en las circunstancias más adversas, la dignidad y el cuidado pueden abrirse paso.

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